¿Qué pasó?



¿Qué pasó cuándo te fuiste?

Cuando las últimas algarabías se llevaron a las golondrinas, a los ruiseñores, a los zarpazos de violeta, cuándo fue la última vez que comiste una piruleta, que se te pegó al corazón con ese estar enojoso de puro adherente, quién eres tú para ensuciar mi nombre, enturbiar mis alados colibríes que se van alzando en vuelos y eso es lo que hace Chopin con sus teclas negras, revolotear en mis dedos, hace que surjan palabras que no conviene decir o sí, pero no ahora y cuando pruebe con Lizstz (Es Liszt, nunca lo escribo bien a la primera) voy a flipar; los minerales se extienden sobre los unicornios, aquel es de color fucsia y esmerilado, esmerilado, esmerilado, brillante como las ilusiones del primer segundo, del primer día, que no caen por muchas botas que se apresten a pisarlas. Es todo un revoloteo, un alzarse, una espera dichosa, sesión fructuosa, afrutada, frustrada no, llena de sentimiento que no sé expandir , no quiero que salgan, quiero cerrar los ojos y escuchar lo que siento porque así se me queda más dentro, no pegado, no pegajoso, se queda porque me gusta y a ello le gusta quedarse. Los rubores ¿estertores? ¿estores? cotidianos enturbian mi calma de oídos, mis manos ya no se mecen igual, ya no adoctrinan caricias quedas, amorosas, incómodas no, tampoco cómodas, inherentes a mi condición de dulzura que no quiere irse, Chopin no te vayas, no, ¡te lo ruego!, solo te lo pido: quédate en mí, quiero sentirte a través de todas las margaritas que yacen o que vuelan, que salen huracanadas por la ventana a prestar su belleza donde se necesite, su belleza móvil, no estática, belleza con viento pero sin pasarse que son delicadas. Todo quiere entrar: el ruido de platos, la radio, todo, pero tú te resistes, cada vez tocas más alto, tecleas, tecleo, y eso me llena, subo el volumen, lo pierdo, no hay más volumen con los cascos y sin ellos…y necesito ese estado, ese vivir en la música, desvanecerse en nubes, verlo desde arriba y comer pepino encurtido del chino con ese sabor que me lleva a otros lugares, se me ha ido un poco, alrededor es demasiada confusão, la actividad ha llegado dos horas después que la mía y ahora todo son premuras y colocar de cosas que yo no coloco, y no quiero colocar nada, solo música, la necesito, me alivia, me hace feliz, me hace sentir el sol que yo quiero, emoción pura y dura, sin malinterpretar esa dureza, no quiero rudeza. ¿Qué pasó? Delicadeza, tazas de geranios en azul victoriano y caricias de porcelana de las que se quedan por dentro acunándote. Nocturno, nocturno es lo que quiero yo, pero de día y ya el ruido de fuera, la furia de fuera es atronadora; te va borrando de mí, vas saliendo y me duele, me duele hasta el cariz del asunto que va tornándose muy molesto que no es lo que yo quiero atesorar y me alegro de que despiertes pero tu despertar es brusco, es un despertar que quiere hacer ver al otro todo lo que hace y el otro ya está demolido de tanto hacer y de tan poco reconocer, agradecer. Lo siento me quedo con Chopin y tu estás lejos, tan lejos que no sé si podremos encontrarnos, la distancia es de varias veces llegar a Australia y no eres consciente ni temporalmente y yo no quiero esta incomprensión, este fluir tan dispar de ritmos vitales. Yo quiero acurrucarme cuando haces ruido y das vueltas, quiero seguir escuchando…
                                                     ¿Qué pasó con Chopin?

Silvi Lameiro

Entrada publicada en la penumbra de un blog el 6 de diciembre de 2019.

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