Café salvando al mundo
Café, el café llega a todos los olfatos, de cualquier manera se abre camino y llega como si fueran arañas solapadas, como si al contacto con la mucosa nasal precipitara miles de gratos y hogareños recuerdos. Tal vez a los criminales, delincuentes, quinquis, “yonkas” debieran ponerle siempre una cafetera humeante cerca para que ese olor los haga pararse y pensar. Algo así como que un tío va a atracarte y huele el café y te abraza y se echa a llorar porque se acuerda de cosas chulas, en toda vida por “muu” facinerosa que sea algo bonito habrá (hasta puede que un lago), no sé, la primera vez que le sacó la pipa a alguien, la primera vez que una bala no impactó en carne, cuando le dio un beso a su crucifijo, se santiguó y se fue a hacerse su primera farmacia, ya sabéis, cosas chulas de esas que hacen a propósito en las pelis para que lloremos a “moco extendido”, sí ya sé en algunas lo hacen tan mal que nos provoca arcadas y cabreo antes que lágrimas, son de un sentimentalismo tan