El arrullo de las mantas


Ella no parecía ella,
él no parecía él.
Hoy era él, llevaba una falda de tul, de bailarina, le chiflaban, el pelo recogido en una coleta, pestañas postizas y un matiz de maquillaje, solo un pellizco de sombra gris noite de treboada; pese a su falda color lavanda y a sus líneas esbeltas de galgo, quería reflejar profundidad en su atuendo, quería mostrarse como una persona que se quedaba despierta por las noches en consideraciones tanto o más abisales que el océano nocturno.
Su personalidad hoy era casi masculina, con toques afrutados de masculinidad total y sin que ello mermara la delicadeza. Tal vez se pasase el día en la biblioteca junto a Edith Wharton, que encandilaba tanto a sus seres masculinas como a los femeninas; se sentía ensimismado, eterna, cerraría la jornada leyendo Encanto y Compañía. Recordó aquel libro tan enigmático de su juventud, El beso de la mujer araña, solo entendido cuando se permitió dejarse llevar y ser, por fin, la variedad que llevaba en su haber ¿Era dos? ¿Solo? Había más.

Ella era más y sentía más,
él era más y sentía más.
Sentían, juntas, melocotones de invierno de tez primorosa al contacto con su corazón latiendo en clara disonancia y haciendo que la disonancia, lejos de alejarlas del mundo, hiciera que lo entendieran mejor; juntos sentían que el otoño había llegado con un camión de uvas en diversos tonos de oscuridad y que palpitaba de dulzor al contacto con su boca.

Él ya no quiso ser nadie que no fuese ella,
ella ya no quiso ser nadie que no fuese él


Ya no había ídolos bajo los que postrarse, ellos eran una multiplicidad que los acogía como nadie lo había hecho hasta entonces. En su nuevo espacio, compartido y abarrotado, se habían encontrado, se habían explorado y habían anidado. Ya no eran el rarita o la rarito, eran, era, soy.
Hoy ella amaneció brumosa y decidió que él se quedara protegido por la afabilidad de las sábanas, por el arrullo de las mantas; no le quedaban bien esos días, le pegaban al cuerpo y a sus ropas una condición neblinosa que luego no salía con nada, ni con el quitamanchas rosado ni con jabón Lagarto.
Él se dejó cuidar, ese día se dedicaría a tomar té caliente con azúcar y a leer, ella estaba lejos de brumas y repleta de sol y de lluvia a cántaros; habían conseguido su desequilibrio perfecto.





Silvi Lameiro

El arrullo de las mantas se encuentra actualmente en la exposición:
 Des_facendo o xénero (a través da arte) na Casa do Cabido.
Foto: TM.






































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