Puertas


Las cualidades terrosas que posee pesan y manchan, pero sobre todo pesan, también le pesa el cuerpo como si llevara sacos de algo inexistente, pero de una solidez muy robusta adosados a su psique. No consigue encontrar la vereda que la lleve a un lugar de calma, a una zona tranquila, tal vez su zona sea el sufrimiento, la irracionalidad y eso la agota tanto que a veces tiene que pasarse horas vegetando en el sofá o aislada  del mundo porque a ella vivir le duele solapadamente. Guarda pensamientos ancestrales, imágenes extrañas, frases de otro u otros mundos que se van abriendo como compuertas infinitas de manera que nunca termina de ser ella, no porque no quiera, sino porque no llega nunca a la última puerta y esas interioridades se reproducen como esporas, compartimentos chiquitos; secretos que la inundan y hacen que vomite sin hacerlo. Padecer tantas cosas que no realiza, ser constante diarrea y diana para los demás porque se expone a ello y aunque sea invisible los dardos la alcanzan.
Ahora el suplicio contiene novedades ya antiguas, un vacío perseverante que por más que lo intente nunca se llena y siempre reclama más y lo único que parece calmarlo es llenarlo de palabras, incluso en días de descanso necesita ser alimentado con frases del tipo: “Lo echaba de menos con la densidad de la melaza, con la insistencia de la canción del verano”. Nadie dijo que lo suplicios no tengan un cierto toque, aliño o aderezo de cachondeíllo. Carece de la información genética adecuada como para saber o no saber que la fascinación perenne en ella por la lluvia viene de la vida en Santiago, en Compostela si fuese moderna, pero no lo era, era de una modernidad “sublevante” pero no visible, visible caminaba por esas veredas que no mencionaba antes, cargadas de símbolos y de agua, el agua siempre está presente en nuestras vidas como un útero enorme en el que estamos inmersas, en paz hasta que viene algún cabronazo de fuera y nos saca a la fuerza y llorando hacia un exterior tirando a hostil.
Quisiera temblar de lluvia y oler a ropa secada al sol, así son sus adentros, contradicción pura; lo contrario, la aceptación de todo la convertiría en ameba o en planta “fotosintética” que depende o no de los elementos o de una regadera ejecutada por un no mutante, esto es una persona ejecutante de su acción como regadera: regar, regar en un claro intento de cuidar la vida aunque destruirla, pisotearla, maltratarla sea lo que mejor…
El tiempo la reclama, ese instrumento de tortura del que no carecemos, llenándola de mensajitos, de palabras en los lugares inadecuados, cuando tanta falta le hace el silencio,
en esta aridez,
en esta sequedad.
Su día continúa siendo noche cerrada, como si los movimientos se negaran a hacerse visibles y sólo quisieran ser un enorme y “cataratoso” fundido en negro.
Chapoteará con katiuskas en su lodazal con matices verdinegros.
Silvi Lameiro


Entrada publicada en la penumbra de un blog el 4 de octubre de 2019.

Foto: https://pixabay.com/es/photos/tr%C3%A9bol-de-cuatro-hojas-3097459/

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