Estrellas en las ventanas


Está con un atisbo de estrellas en las ventanas, de aire vacilante ante ellas. Apenas una muesca de personas se manifiestan en su retina esperando, cree ella, a que se decida a enfocarlas para que formen parte de lo que se escriba en el papel.
Un perro cruza la carretera, viste un elegante arnés rojo, supongo que para enganchar la correa, observa a otro de su especie miccionando en uno de esos árboles urbanos y desnutridos en los que tiempo atrás colgaban bragas, sostenes y calcetines con desorden y desconcierto y quién sabe si algún que otro mate cebado por los sueños de algún argentino.
La luz se desenvuelve todavía, la temperatura nos atormenta con su calidez, más bien con ese sudor húmedo que nos llena y nos posee y no, no es nada erótico. La escritora desde la ventana siente su hombro adolorido pero también siente moviéndose una falda corta con motas de algodón con melena al viento, pena de móvil que embarra la escena,  desajusta a la posible protagonista casi nocturna. Se escucha una moto, la noche boca arriba se insinúa, a lo lejos sería muy evidente, se escucha justo debajo. Todavía pasea un niño por las calles, es chino, nadie huye ¡Bien!! la psicosis de Wuhan no se nos ha contagiado, tema ya harto dilapidado, despilfarrado en telediarios. Pasean compradores tardíos, mejor compran y no pasean, llevan bolsas repletas de viandas que tal vez degusten, tal vez tiren, tal vez devoren, tal vez consuman sin mayor gusto o placer. Menciono ahora a esas personas que pasan como sombras de cuarto milenio, pasan por las vidrieras oscuras como veloces caricias con sus reflejos. Ella espera en su cazadora mostaza, en su falda con un algo de juvenil, ahora todas somos jóvenes pese a no serlo. Hace años era distinto, una mujer de treinta años vestía como una de cincuenta, hoy es al revés las de setenta visten como quinceañeras, yo seré así aunque llegue a los ochenta. Los vaqueros no me los quita ni dios. Nos aturdimos de colores para retrasar lo impepinable.
Las jóvenes charlan, la calle está ligeramente tranquila hacia la derecha y hacia la izquierda también. Los sueños o las pesadillas llegarán en un intervalo de tiempo, aquí llega un lugar común: el sueño, abran bien sus ventanas para que no pueda salir o no sé lo que iba a escribir, que no se resfríe, en todo caso. Disculpen, es hora de cerrarlas pese a que el sonido de un balón de baloncesto botando no se quiere ir, se resiste a desentenderse de la acera. Así, escuchándola a una hora no muy tardía, percibo cierta serenidad de la que seguramente no somos conscientes; desde aquí, desde este poquito que les he contado, no podría afirmar o sí que este pedazo de mundo, hasta temo nombrarlo, tal vez sea mi ignorancia la que habla, es un lugar feliz.


 Silvi Lameiro


Entrada publicada en la penumbra de un blog el 7 de febrero de 2020.








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