Pájaros



Los pájaros, como en una película, tal vez sobrevalorada (prefiero Marnie…, “ai min”) lo inundaron todo con sus trinos, sus plumas y sus excrementos con color de agua de rosas y olor de acero y cuero curtido. Las noches no se apagaron, las velas tampoco y los pájaros sobrevolaban a su antojo nuestro sentimientos, como un Hiroshima benévolo y escalofriante por su belleza, no por su terror y por sus consecuencias a largo plazo. Nadie se preguntaba por qué sucedía aquello tan extraño, aquello tan extraño era bello y no procedía preguntar ante tal esplendor luminoso de efectos apabullantes en cuanto una miraba al cielo; Las personas éramos felices, al menos durante un año, dos a lo sumo, hasta que nos cansamos de la hermosura o la hicimos cotidiana y la olvidamos. Los murmullos de asombro fueron sustituidos por los de aburrimiento, ya casi nadie contemplaba los espectáculos coloridos y alados, las cabezas se iban volviendo hacia abajo, incluso se quejaban de lo antinatural de tanta belleza. Decían quienes ya no articulaban su cuello hacia arriba que no era inherente al ser humano vivir rodeados de esa felicidad estética.
Surgió la resistencia de los escopeteros, aquí, allá y acullá aparecían pájaros muertos, con la cabeza separada del cuerpo, las entrañas fuera y todo en diversos grados de putrefacción y con la sangre en un muestrario de rojo fresco, coagulado o "amarronadocasisólido". Al principio la gente se enfadaba por tales atrocidades, pero paseniñamente y en secreto anhelaban la fealdad, los estertores de las aves abatidas, lo truculento de sus últimos gorjeos.  Los atisbos violentos volvieron a nuestro ser, como si Chopin nunca nos hubiese “pianado” con su delicadeza. Los móviles se llenaban de vídeos gore de pájaros: escenas de torturas, mutilaciones, atropellos, caídas.
Ese período terrible de nuestra historia se eliminó, carece de documentación que lo demuestre, solo quedó el dolor; gente gritando en mitad de sus sueños con pegotes de paloma en su antebrazo, en su mejilla, colgando de su oreja derecha; sensaciones que  permanecen como eco de aquellos días otrora bellos, solo cabe intentar frenar esos delirios solapados con todas las pastillas posibles, intentando olvidar las gradaciones de espanto de las plumas invadiéndolo todo, ya sin color, en tonos grises, como si a partir de las pajaradas (matanzas de pájaros organizadas) hubiérase extendido una visión en blanco y negro que cuadraba muy bien con el cine clásico, pero no con la vida real.
Luigi, por ejemplo, no volvió a ser el mismo empezando por su nombre, desistió de llamarse Luis, decidió que si vivía en un mundo en blanco y negro debería llamarse en italiano y pasársela viendo películas de Vittorio De Sica, del cine “actual” sólo soportaba la visión de Cinema Paradiso Caro Diario, porque Nanni Moretti le recordaba a un amigo suyo un poco disfuncional con el que se desternillaba de risa y compartía su visión acromática, éste también pasó a llamarse en italiano: Tommaso  y fueron amigas hasta la inmensidad de los tiempos, hasta aquellos años que de tan futuros parecían pretéritos, en los que las eróticas fantasías de Tommaso se convertían en ululantes sesiones de placer, no necesariamente sexual a la luz, tal vez ciega o no demasiado opaca de un café alumbrado con candelas y unos servilleteros pelín sucios de hollín.

Silvi Lameiro


Entrada publicada en la penumbra de un blog el 22 de octubre de 2019.






















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