Tengo un cuerpo

Tengo un cuerpo desfondado, un cuerpo nuevo, un cuerpo extraño, un cuerpo que jamás he aceptado y no sé por qué ahora tendría que hacerlo, un cuerpo que suda a chorros expulsando la bilis y toda la mierda que le obligo a tragar por mi incontinencia a la hora de comer. Un cuerpo que no estoy cuidando, un cuerpo al que lleno de maleza porque es la única manera que conozco de calmar mi ansiedad o clamar mi ansiedad, mis frustraciones; un cuerpo en el que escondo todo lo que no me gusta, me hace daño, no sé asimilar, elaborar. Tengo un cuerpo al que nunca he amado, con bien de celulitis, en parte por genética y en parte porque me aplico a fondo para que así sea, un cuerpo que no me abandona porque mi parte luminosa también se lo curra y necesita el kárate para desfogar y ponerme la cara colorada y el sudor en modo regadera, un cuerpo al que amo y al que odio, pero al que no entiendo y que no me entiende o tal vez se limita a expandirse por mi maltrato.
Tengo un cuerpo que envejece y cambia y eso es más difícil de sobrellevar cuando nunca te has querido, ni lo has querido.
Tengo un cuerpo repleto de cicatrices, de pequeñas muescas que yo misma me he provocado o buscado, a veces catapultado, sin saber que era demasiado.
Tengo un cuerpo que ha experimentado todo el placer, todo el infierno, todas las pastillas que me han dado que me hacían dormir, alegrarme, no deprimirme, dormir, funcionar, ser feliz, dormir,dormir, dormirSupongo que en su momento me hacían falta, prefiero suponerlo a sentirme imbécil por no saber lidiar con la vida, con sus imprevistos, con sus catástrofes más o menos precipitadas por mí.
Tengo un cuerpo que está de kintsugi hasta arriba, tantas veces recompuesto, tantas veces alzado o izado.
Tengo un cuerpo que ha pasado por cosas de las que nunca hablo, pese a que hablo y le pongo humor a todo lo imaginable, hasta a la muerte.
Tengo un cuerpo que se ve desde la estratosfera con sensores de sentimiento y altavoces sísmicos de sensaciones.
Tengo un  cuerpo que reacciona a todo lo exterior, con felicidad o con dolores, me duele la vida y la amo y no podría decir cual de las dos cosas es más real o si son una, son difíciles de conjugar.
Tengo un ovario bastante atrófico, tengo gases, tengo hipersecreciones nasales, sudoración excesiva, dolores de cabeza como sospechosos habituales y la rutina instaurada de regar tres veces al día mi nariz con suero en jeringa para que algo se vaya, algo que siempre vuelve, es mi naturaleza. Mi naturaleza contiene “lo más sublime y lo más perverso”.
Amo ser yo, no me gusta ser yo, pero no lo odio, sólo que todavía no he encontrado la manera de aceptarme, de imponerme a los demás, de no dejarme putear.
Tengo un cuerpo cosido, prestado, rescatado de las garras de unos cuantos precipicios.
Tengo un cuerpo bizarro, que no se dejó arrebatar tantas cosas, que no se dejó caer, tengo un cuerpo  del que no estoy orgullosa y a la vez le agradezco su fortaleza para levantarme cada día y su resistencia para no dejarse ir después de…
Tengo un cuerpo valiente, que no se deja impresionar por dimes y diretes, por espátulas y escolopendras varias, por el lejano runrún de una civilización resplandeciente, tengo un cuerpo  en el que vivo y al que no le pago alquiler por no cuidarlo.
                                                     
                                                    Tengo un cuerpo.
                                                                                                                      
                                                                                                                      Silvi Lameiro



Entrada publicada en la penumbra de un blog el 10 de diciembre de 2019.

                                                                                                             

Comentarios

Entradas populares de este blog

Solidificado

Xoon

En mí