Café salvando al mundo



Café, el café llega a todos los olfatos, de cualquier manera se abre camino y llega como si fueran arañas solapadas, como si al contacto con la mucosa nasal precipitara miles de gratos y hogareños recuerdos. Tal vez a los criminales, delincuentes, quinquis, “yonkas” debieran ponerle siempre una cafetera humeante cerca para que ese olor los haga pararse y pensar. Algo así como que un tío va a atracarte y huele el café y te abraza y se echa a llorar porque se acuerda de cosas chulas, en toda vida por “muu” facinerosa que sea algo bonito habrá (hasta puede que un lago), no sé, la primera vez que le sacó la pipa a alguien, la primera vez que una bala no impactó en carne, cuando le dio un beso a su crucifijo, se santiguó y se fue a hacerse su primera farmacia, ya sabéis, cosas chulas de esas que hacen a propósito en las pelis para que lloremos a “moco extendido”, sí ya sé en algunas lo hacen tan mal que nos provoca arcadas y cabreo antes que lágrimas, son de un sentimentalismo tan dulzón que nos da la náusea de tanto ¡ASÚCARRR!! metido con calzador y para que llegue a toda hostia, cual flecha de Cupido y nos desmiembre el aparato productor de lágrimas haciendo que se disparen a gogó.
Bueno, estábamos con el ladronzuelo tierno, atracándonos a punta de pistola, faca o “chuta” y de repente, como si de una peli de esas con las que castigan la mente y las emociones de las infancias se tratara, aparece por algún lado una cafetera charlatana y humeante y para que al tiñalpa de la navaja no se le crucen los cables, con las habituales musiquitas comerciales y trilladas podría agarrarse un cabreo de padre y muy señor mío, le pondremos al nota algo con lo que se sienta a gusto, no tan a gusto como con la banda sonora de Trainspotting, tampoco queremos que se marque una escena de cine quinqui allí mismo. Pongamos que suena el Silencio de Beethoven, a mí eso de que se escuche el Silencio del “Betho” me flipa, esas cosas sólo las puede hacer el Murakami y la Clarice Lispector (El Mura y la”Clarís”)…
Volvamos a la escena que nos ocupa que la narradora está porculera y no hay quién se centre.¡CORTENNNNNNNNNNNNNN!!!
Escena:
El maleante te apunta con la faca, tú estás a punto de darle la pasta, pero pierdes unos segundos porque una emoción húmeda, muy húmeda, modo Fervenza da Toxa se escurre entre tus piernas, repuesto del shock, la visión de la pistola ayuda, es una pistola pequeñita como de dama antigua, pero impone igual… el borboteo del café parece escucharse y el mundo se para para olerlo, así de intenso es su olor, el pilluelo lo huele, comienza a sonar “desounofsailenss”, de Simon and Garfunkel,  he cambiado de idea otra vez, me parecía que Simon and Garfunkel tiene un punto nostálgico amable que combina muy bien con la cafeína, siente muchas cosas el bribonzuelo,  siente que escucha Me quedo contigo de Los Chunguitos mientras le da lo suyo a su churri “Lavero” siente que juega a los trompos y a las canicas siente que subido a un árbol ve a sus vecinos recogiendo chatarra siente que se toma una litrona muy fría bajo el sol de agosto en un callejón repleto de desperdicios y poemas siente las mismas emociones que gente más cultivada pero de manera más feroz
    SIENTE

aunque él no siente todo lo que siente y lo que siente que siente es: ¡Joder me voy de vareta! me siento como cuando en el trullo usábamos gel en vez de pastilla de jabón ¡Qué felicidad da una buena jiñada!… Suelta la pistola, se acuerda de la canción Pobre Pistolita de Paquita la del Barrio, que se la cantaba un colega de celda impotente y abraza con fuerza a su atracado y le dice: – Me llaman el yanclóvandan, vete neno vete. Me caistesss de puta madre. Marcha daí…
Y llamadme romántica, sentimental o absurda pero, juraría que la cafetera sonríe y tal vez la vida también.

 Silvi Lameiro


Entrada publicada en la penumbra de un blog el 29 de marzo de 2019.



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