La noche americana


Ella no sabe contar cosas, rematarlas sí, perdón, al revés sabe contarlas a su manera pero no rematarlas, su territorio es el de la indefinición. Ella se llama Azucena, últimamente casi todas se llaman Azucena, si no existiera el nombre habría que intentar delimitarlo con palabras e imágenes o acciones que concurrieran en su nombre, como La noche americana, a ella le fascina todo lo que tenga que ver con cine dentro del cine, es como masturbarse y follar a la vez o como leer In the Mood for love dentro de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, el acto más placentero que hayas experimentado jamás. 

La vio varias veces de jovencita y no cree que la vuelva a ver ¿Para qué arriesgarse a cargarse un recuerdo? Las mimosas, los Sparkling Cyanides, le recuerdan a Mia Farrow, nunca de sus favoritas como actriz hasta que vio Broadway Danny Rose y Alice, en esta última el cambio de registro que hace en un segundo de la timorata Alice a la seductora Alice es brutal, sólo reservado a las grandes y luego apareció muchísimo en recuerdos de su juventud, La semilla del diablo, Muerte en el Nilo y en la gloriosa y de sus favoritas forevaaneva Hannah y sus hermanas.

Azucena ama a Jacqueline Bisset en La noche americana y ama Los cuatrocientos golpes y ama a El señor Ibrahim y las flores del Corán y ya puestos Las muchachas de la plaza de España que luego se decepcionó cuando la vio en la realidad y no correspondía a aquel blanco y negro ni sus concurridas escaleras a su ideación. Y siempre le viene a la cabeza, cuando piensa en Lucía Bosé, una anécdota que dicen que contaba el torero, que justo después de amar a Ava Gardner (¡Cómo no amarla! Azucena no la había tocado y la amaba también). Cuenta la leyenda o quién sabe quién que tras acostarse con "El animal más bello del mundo" (creo que no le gustaba nada que la llamaran así), el torero se vistió y ella le preguntó a dónde iba. -Pues a contarlo. - Respondió él-. ¡Eso es tan español! Contarlo todo, lucirlo, mostrarlo en esplendor y torrente de palabras en lugar de saborearlo en la intimidad.

Azucena no entendía ese aireamiento público, esa necesidad, en toda la acepción de la palabra (en la acepción dos quiero decir, movede o cu e collede o diccionario).  Ella sabe cuán maravilloso es saber sin que los demás sepan o, mejor aún, saber sabiendo que los demás creen saber que ella no sabe. Nunca cambiaría por un momento de chascarrillo público ese goce supremo que es guardar las cosas en lo íntimo, porque además Azucena posee el don de la ubicuidad y de escuchar cosas que la hacen saber siempre, pero es mejor tener pinta de que una no se entera de nada y dejar que los que se enteran de todo se pavoneen ufanos cual Hercule Poirot.

Azucena siempre recordará a Ava, y no sabe por qué como La Condesa Descalza, por encima de cualquier otro personaje. Ava, para ella, estaba descalza...

Y como olvidarse de aquella polenta con pajaritos tan macabra y aquí Azucena ya mezcla cine  y libros. Glorioso El beso de la mujer araña de Manuel Puig, ese preso que le cuenta a otro la película de La mujer pantera,  con un remake treinta años más tarde: El beso de la pantera con la magnífica Nastassja Kinski que sólo por París Texas junto al grandioso Harry Dean Stanton es eterna y fantástica en su mente, cuando fue infiel a su marido con Wesley Snipes no sé en qué peli ¡Ni te cuento!

Dulce pájaro de Juventud, El largo y cálido verano, La gata sobre el tejado de zinc caliente...La noche de la iguana... Tennessee Williams... Otro día contará Azucena lo que os ama.


Silvi Lameiro

Entrada publicada en la penumbra de un blog el 29 de junio de 2018.

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